lunes, mayo 21, 2007

CUANDO LAS RELACIONES ACABAN...


Por Duncan Idaho


No son estas relaciones de pareja ese lugar siempre esperado. Muchas veces se convierten en la razón y el fundamento del dolor. Inexplicable o inesperado es nuestro comportamiento en el transcurso. Y es que a veces el amor mal justifica todo o hasta lo pervierte.

Pero el problema no está en el dolor, que es parte intrínseca de las relaciones. El problema real consiste en no aprender de la experiencia.

Cuando las relaciones acaban, el sabor a vacío que siente nuestra boca, no es otra cosa que el tufo del vacío real que habita en nuestro ser. Y el dolor, sea grande o pequeño, en sí mismo no importa, pues el tiempo lo desaparecerá como desaparece casi cualquier sentimiento. De hecho estoy convencido de que el odio real, dura más que un amor verdadero. Y aún aquél muere tarde o temprano, pues la premura de nuestra propia vida se impone y termina venciendo.

La experiencia del dolor es única y posiblemente tan valiosa como la experiencia del amor. Y no hay intensidad mayor que la primera vez, para ambos casos.

No es cuestión de curtirse el cuero, ni de colocarse una armadura de acero para evitar así futuros dolores. Con eso solo le negamos una segunda oportunidad al amor. La armadura no nos protege, nos aísla. Y si descubrimos que se nos es difícil olvidar, solo tenemos que tomar un poco de aire y esperar. Aún las obsesiones se olvidan y solo dejan un rastro de recuerdos que el tiempo los convierte en placenteros.

Pero, ¿por qué a veces el proceso es tan largo?. Puede ser simplemente por falta de voluntad. Después de una relación intensa, y de un rompimiento doloroso, lo primero en llegar al suelo no suelen ser las lágrimas, sino la autoestima. Esto hace que sigamos detrás del amor perdido durante un tiempo. Y si nuestra falta de voluntad no nos permite retirarnos a tiempo, solo logramos intensificar el dolor y prolongarlo.

Nadie niega la posibilidad de una amistad, pero es preferible que no sea inmediata, ya que las cosas pueden confundirse o malinterpretarse. Las relaciones recién disueltas no se convierten en amistades invalorables de la noche a la mañana. Hay que dejar que el tiempo y la distancia cicatricen las heridas, suavicen las aristas y resten importancia a los rencores. Posiblemente conozcas mejor que nadie a la persona con la que acabas de terminar. Eso no te convierte en su mejor amigo o en la persona con más autoridad sobre su vida. Te convierte más bien, en una posible fuente de dolor, si es así mejor aléjate un tiempo.

Cuando el dolor nos envuelve nuestra mente no deja de maquinar todas las posibles alternativas que lo intensifican. Es así como llegamos a pensar en las situaciones más descabelladas. Y no hay instante en el día en que alguna de nuestras alucinaciones no nos hagan sentir mal. Los celos nos carcomen y no nos dejan vivir en paz. La sensación de pérdida se hace mayor. Y comprendemos por enésima vez que sin la otra persona no somos nada. Es decir nos martirizamos hasta el hartazgo.

Y es que no existe nadie mejor que nosotros mismos para hacernos sufrir. Cuando entramos en el juego de "todo detalle está en mi contra" no hay forma de que algo o alguien nos convenza de que la vida continua y es mejor olvidar. Volteamos una y otra vez sobre nuestros pasos y no vemos que en el horizonte el camino se encuentra esperando que nos dignemos a seguirlo.

Descubrir por qué razones la relación terminó destruyéndose puede ayudar. A veces entendiendo las fallas nos convencemos de que es mejor separarse. Posiblemente esto nos dé algún tipo de aliento. Sin embargo hay dolores tan fuertes que nos llevan a pensar que es mejor no seguir. Que es mejor dormirse y no volver a despertar. El dolor del amor tiene esa exquisita capacidad para parecer eterno. Y nuestro ser se siente demasiado débil como para soportarlo un instante más. Es por eso que muchos se suicidan por penas de amor. Creemos firmemente que no existe persona en el mundo de la cual nos podamos enamorar nuevamente. Pensamos que la oportunidad de nuestras vidas se nos escapó de las manos. Y nos vislumbramos como solitarios eternos. No hay persona que se compare con la que hemos perdido, no hay instante que se asemeje a los vividos, no hay sensación que se acerque siquiera a lo sentido antes. Todo lo pasado es demasiado bueno como para ser repetido. Y nuevamente nos encontramos en el círculo vicioso de la autoflagelación, que con cada giro se hace más severo y pernicioso.

Finalmente solo nos queda cumplir con nuestra cuota de sufrimiento, y aprender. Descubrir en qué se falló, permite tener un bagaje fortalecedor y sano para nuestras relaciones futuras. La experiencia del dolor no nos convierte en seres poseedores de toda la sabiduría respecto a las relaciones de pareja, pero nos prepara mejor para lo venidero. A pesar de aquello, todo lo aprendido no nos asegura que no nos volvamos a equivocar. Sin embargo nos conduce a una siguiente relación mucho más maduros y comprensivos.

Si es que la experiencia del dolor no nos enseña absolutamente nada, hemos sufrido gratuitamente y talvez merezcamos nuevamente otro fracaso aleccionador. Aunque en sí misma la experiencia es aleccionadora. Y si después de un rompimiento no hay dolor, significa que la relación no era realmente importante.

Finalmente quiero colocar un poema de Borges que me hizo pensar en el tema de este artículo.


Y UNO APRENDE

Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano y encadenar un alma.
Y uno aprende... que el amor no significa recostarse,
Y una compañía no significa seguridad.
Y uno empieza a aprender...
que los besos nos son contratos,
y los regalos no son promesas.
Y uno empieza a aceptar sus derrotas
con la cabeza alta y los ojos abiertos.
Y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy,
porque el terreno del mañana es demasiado inseguro para planes...
y los futuros tienen una forma de caerse en la mitad.
Y después de un tiempo... uno aprende que si es demasiado
Hasta el calorcito del sol quema.
Así que uno planta su propio jardín y decora su propia alma,
En lugar de esperar a que alguien le traiga flores.
Y uno aprende que realmente puede aguantar,
que uno realmente es fuerte,
que uno realmente vale.
Y uno aprende y aprende...
Y con cada adiós uno aprende
J. L. Borges

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